"Dios es amor", proclama el Santo Padre al mundo en su primera encíclica
"Dios es amor", proclama el Santo Padre al mundo en su primera encíclica

El amor cristiano es el tema que ha escogido S.S. Benedicto XVI para su primera Carta Encíclica, dada a conocer el miércoles 25 de enero en el Vaticano.

Con el propósito de suscitar en el mundo un renovado dinamismo de compromiso en la respuesta humana al amor divino, el Santo Padre Benedicto XVI ha escrito su primera Encíclica, que lleva por título "Deus caritas est" (Dios es amor) y que versa sobre el amor cristiano. Este miércoles 25 de enero, en la fiesta de la conversión de San Pablo, la Carta se ha dado a conocer en la Santa Sede.

La Encíclica comienza citando la primera epístola del Apóstol Juan: «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4, 16).

El documento está dirigido a obispos, presbíteros y diáconos, a personas consagradas y a todos los fieles laicos.

El texto consta de 78 páginas y lleva la fecha del 25 de diciembre de 2005, en la Natividad del Señor. La encíclica fue escrita por el Santo Padre el pasado verano europeo, durante sus vacaciones en el Valle de Aosta.

Minutos antes de que el Vaticano la hiciera pública, el Papa afirmó que espera que la lectura de la encíclica "refuerce la fe de los fieles" y les ayude "a amar mayormente a Dios y a realizar actos de caridad hacia el prójimo".


Presentación de la Encíclica

Al mediodía de este miércoles 25, en la Oficina de prensa de la Santa Sede, se presentó la primera Encíclica de Benedicto XVI, titulada "Deus caritas est".

Intervinieron en la rueda de prensa el cardenal Renato Raffaele Martino, presidente del Pontificio Consejo "Justicia y Paz", el arzobispo William Joseph Levada, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y el arzobispo Paul Josef Cordes, presidente del Pontificio Consejo "Cor Unum".

El cardenal Martino se refirió a la parte de la encíclica en la que el Papa afronta el tema de la relación entre justicia y caridad, e indica unas orientaciones sobre la competencia de la Iglesia y de su doctrina social y sobre la competencia del Estado en la realización de un orden social justo.

Tras poner de relieve que la construcción de un orden social y estatal justo no es un cometido inmediato de la Iglesia, porque se trata de un quehacer político, sin embargo, el Papa señala que "la Iglesia tiene el deber de ofrecer mediante la purificación de la razón y la formación ética, su contribución específica, para que las exigencias de la justicia sean comprensibles y políticamente realizables".

El Santo Padre, continuó el purpurado, "afirma que la Iglesia, a través de su doctrina social, tiene el deber de "despertar las fuerzas espirituales y morales". En este contexto, afirma que los fieles laicos, "como ciudadanos del Estado, están llamados a participar en primera persona en la vida pública". Su misión "es configurar rectamente la vida social, respetando su legítima autonomía y cooperando con los demás ciudadanos según las respectivas competencias y bajo la propia responsabilidad".

"La presencia del laico en el campo social -continuó el cardenal Martino- se concibe aquí en términos de servicio, signo y expresión de la caridad, que se manifiesta en la vida familiar, cultural, laboral, económica y política".

El arzobispo Levada afirmó que la encíclica es un "texto capital sobre "el núcleo de la fe cristiana", entendiendo con ello la imagen cristiana de Dios y la imagen del ser humano que deriva de ella. "Un texto capital" que se opone al uso equivocado del nombre de Dios y a la ambigüedad de la noción de "amor", que es tan evidente en el mundo actual".

"Para explicar la novedad del amor cristiano, el Santo Padre intenta, antes que nada, ilustrar la diferencia y la unidad entre los conceptos" de "eros" y "ágape", que "no se oponen, sino que se armonizan entre ellos para ofrecer una concepción real del amor humano, un amor que corresponde a la totalidad -cuerpo y alma- del ser humano. El "ágape" impide al "eros" abandonarse al instinto, mientras que el "eros" ofrece al "ágape" las relaciones vitales fundamentales de la existencia del ser humano".

El prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe señaló que "en el matrimonio indisoluble entre el hombre y la mujer este amor humano encuentra su forma enraizada en la misma creación".

"El amor del prójimo, enraizado en el amor de Dios -continuó-, es una tarea que corresponde no solo a cada fiel, sino también -y así se pasa a la segunda parte de la encíclica- a la comunidad de los creyentes, es decir, a la Iglesia. Del desarrollo histórico del aspecto eclesial del amor desde los orígenes de la Iglesia, se pueden apurar dos datos: El servicio de la caridad pertenece a la esencia de la Iglesia, y en segundo lugar, a nadie le debe faltar lo necesario en la Iglesia y fuera de ella".

"El Papa -añadió el arzobispo Levada-, comenta algunos aspectos del servicio de caridad -diakonia- de la Iglesia en los tiempos modernos: Responde a la objeción de que la caridad con los pobres es un obstáculo a la justa distribución de los bienes del mundo a todos los seres humanos".

Por otro lado, el Santo Padre "elogia las nuevas formas de colaboración fructífera entre las instancias estatales y las eclesiales, haciendo referencia al fenómeno del voluntariado".

Resumiendo la encíclica, el arzobispo Levada afirmó que "nos ofrece una visión del amor por el prójimo y del deber eclesial de obrar la caridad como realización del mandamiento del amor, que hunde sus raíces en la esencia misma de Dios, que es Amor". El documento, terminó, "invita a la Iglesia a un compromiso renovado en el servicio de la caridad (diakonia), como parte esencial de su existencia y misión".

Por su parte, el arzobispo Paul Josef Cordes, presidente del Pontificio Consejo "Cor Unum", recalcó que "el texto de hoy es la primera encíclica en absoluto sobre la caridad" y que quizá la presentación de la encíclica por parte de ese dicasterio obedecía al hecho de que "Cor Unum" "abarca la ejecución de las iniciativas personales del Papa como signo de su compasión en determinadas situaciones de miseria".

"La caridad de la Iglesia está hecha de intervenciones concretas", dijo el arzobispo, y "comprende iniciativas políticas, como la condonación de la deuda para los países más pobres. Queremos promover la conciencia de la justicia en la sociedad", pero "el Papa Benedicto XVI ha querido iluminar en cambio el compromiso caritativo con un fundamento teológico. (...) Está convencido de que la fe tiene consecuencias sobre la persona que actúa y por lo tanto, sobre la modalidad e intensidad de su ayuda".

"La doctrina social de la Iglesia y la teología de la caridad se entrelazan, sin lugar a dudas -observó el prelado-, pero no coinciden del todo. La primera enuncia los principios éticos para la búsqueda del bien común y se mueve sobre todo en ámbito político y comunitario. En cambio, el hacerse cargo individualmente y juntos de los sufrimientos del prójimo no exige una doctrina sistemática. Nace de la palabra de la fe".

"En nuestra sociedad está muy difundida, por suerte, la mentalidad filantrópica, (...) pero en los fieles puede insinuarse la idea de que la caridad no forma parte esencial de la misión eclesial. Sin un fundamento teológico sólido, las grandes organizaciones eclesiales podrían (...) disociarse de la Iglesia" y "preferir identificarse como organismos no gubernamentales (ONG). En ese caso, su "filosofía" y sus proyectos no se diferenciarían de los de la Cruz Roja o de los organismos de la ONU. Algo que está en contraste con la acción bimilenaria de la Iglesia y no tiene en cuenta la relación íntima entre acción eclesial en favor del ser humano y anuncio del Evangelio".

"Tenemos que ir más allá -concluyó el arzobispo Cordes-; la sensibilidad de tantas personas, sobre todo de los jóvenes, contiene un "kairos apostólico". Abre perspectivas pastorales notables. Los voluntarios son innumerables y no son pocos los que descubren el amor de Dios al entregarse al prójimo con amor desinteresado".

Síntesis de la Encíclica

La siguiente es una síntesis (Oficina de Prensa de la Santa Sede) de la primera encíclica de Benedicto XVI, "Deus caritas est" (Dios es amor), sobre el amor cristiano. Está fechada el 25 de diciembre, solemnidad de la Natividad del Señor.

La encíclica está articulada en dos grandes partes. La primera, titulada: "La unidad del amor en la creación y en la historia de la salvación", presenta una reflexión teológico- filosófica sobre el "amor" en sus diversas dimensiones -"eros", "philia", "ágape"- precisando algunos datos esenciales del amor de Dios por el ser humano y del ligamen intrínseco que ese amor tiene con el amor humano. La segunda, titulada: "Caritas, el ejercicio del amor por parte de la Iglesia como "comunidad de amor", trata del ejercicio concreto del mandamiento del amor hacia el prójimo.

Primera parte

El término "amor", una de las palabras más usadas y de las que más se abusa en el mundo de hoy, posee un vasto campo semántico. En esta multiplicidad de significados, surge, sin embargo, come arquetipo del amor por excelencia aquel entre hombre y mujer, que en la antigua Grecia era definido con el nombre de "eros". En la Biblia y sobre todo en el Nuevo Testamento, se profundiza en el concepto de "amor", un desarrollo que se expresa en el arrinconamiento de la palabra "eros" en favor del término "ágape", para expresar un amor oblativo.

Esta nueva visión del amor, una novedad esencial del cristianismo, ha sido juzgada no pocas veces, de forma absolutamente negativa, como un rechazo del "eros" y de la corporeidad. Si bien haya habido tendencias de ese tipo, el sentido de esta profundización es otro. El "eros", puesto en la naturaleza del ser humano por su mismo Creador, tiene necesidad de disciplina, de purificación y de madurez para no perder su dignidad original y no degradarse a puro "sexo", convirtiéndose en mercancía.

La fe cristiana ha considerado siempre al hombre como un ser en el que espíritu y materia se compenetran uno con otra, alcanzando así una nobleza nueva. Se puede decir que el reto del "eros" ha sido superado cuando en el ser humano el cuerpo y el alma se encuentran en perfecta armonía. Entonces sí que el amor es "éxtasis", pero éxtasis no en el sentido de un momento de embriaguez pasajera, sino como éxodo permanente del yo encerrado en sí mismo hacia su liberación en el don de sí, y de esa forma hacia el reencuentro consigo mismo, mas aún, hacia el descubrimiento de Dios: de este modo el "eros" puede elevar al ser humano en "éxtasis" hacia lo Divino.

En definitiva, "eros" y "ágape" exigen no estar nunca separados completamente uno de otra, al contrario, cuanto más -si bien en dimensiones diversas-, encuentran su justo equilibrio, más se cumple la verdadera naturaleza del amor. Si bien el "eros" inicialmente es sobre todo deseo, a medida que se acerque a la otra persona se interrogará siempre menos sobre sí mismo, buscará cada vez más la felicidad del otro, se entregará y deseará "ser" para el otro: así se adentra en él y se afirma el momento del "ágape".

En Jesucristo, que es el amor de Dios encarnado, el "eros"-"ágape" alcanza su forma más radical. Al morir en la cruz, Jesús, entregándose para elevar y salvar al ser humano, expresa el amor en su forma más sublime. Jesús aseguró a este acto de ofrenda su presencia duradera a través de la institución de la Eucaristía, en la que, bajo las especies del pan y del vino se nos entrega como un nuevo maná que nos une a El. Participando en la Eucaristía, nosotros también nos implicamos en la dinámica de su entrega. Nos unimos a El y al mismo tiempo nos unimos a todos los demás a los que El se entrega; todos nos convertimos así en "un sólo cuerpo". De ese modo, el amor a Dios y el amor a nuestro prójimo se funden realmente. El doble mandamiento, gracias a este encuentro con el "ágape" de Dios, ya no es solamente una exigencia: el amor se puede "mandar" porque antes se ha entregado.


Segunda parte

El amor por el prójimo, enraizado en el amor de Dios, además de ser una obligación para cada fiel, lo es también para toda la comunidad eclesial, que en su actividad caritativa debe reflejar el amor trinitario. La conciencia de esa obligación ha tenido un relieve constitutivo en la Iglesia ya desde sus inicios y muy pronto se evidenció también la necesidad de una determinada organización como presupuesto para cumplirla con más eficacia.

Así, en la estructura fundamental de la Iglesia surgió la "diaconía" como un servicio del amor hacia el prójimo, llevado a cabo comunitariamente y de forma ordenada -un servicio concreto pero, a la vez, espiritual-. Con la difusión progresiva de la Iglesia, este ejercicio de caridad se confirmó como uno de sus ámbitos esenciales. La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa, de esa forma, en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebración de los sacramentos (leiturgia), servicio de la caridad (diakonia). Son tareas en las que una presupone las otras y no pueden separarse entre sí".

A partir del siglo XIX, contra la actividad caritativa de la Iglesia se planteó una objeción fundamental: la de que estaría en contraposición -se dijo- con la justicia y acabaría por actuar como sistema de conservación del status quo. Al llevar a cabo obras de caridad individuales, la Iglesia favorecería el mantenimiento del injusto sistema vigente, haciéndolo de alguna forma soportable y frenando de esa manera la rebelión y el potencial cambio hacia un mundo mejor.

En este sentido, el marxismo había indicado en la revolución mundial y en su preparación la panacea para la problemática social -un sueño que con el tiempo se ha desvanecido-. El magisterio pontificio, empezando por la encíclica "Rerum novarum" de León XIII (1891) hasta la trilogía de las encíclicas sociales de Juan Pablo II: "Laborem exercens" (1981), "Sollicitudo rei socialis" (1987), "Centesimus annus" (1991), ha afrontado con insistencia creciente la cuestión social y, confrontándose con situaciones problemáticas siempre nuevas, ha desarrollado una doctrina social muy articulada, que propone orientaciones válidas que van mucho más allá de los confines de la Iglesia.

Sin embargo, la creación de un orden justo de la sociedad y del Estado es un deber principal de la política, y por tanto, no puede ser una tarea inmediata de la Iglesia. La doctrina social católica no quiere conferir a la Iglesia un poder sobre el Estado, sino simplemente purificar e iluminar la razón, ofreciendo la propia contribución a la formación de las conciencias, para que las verdaderas exigencias de la justicia sean percibidas, reconocidas y realizadas. Sin embargo, no existe ninguna normativa estatal que, por justa que sea, pueda hacer superfluo el servicio del amor. El Estado que quiere proveer a todo se convierte en definitiva en una instancia burocrática que no puede asegurar lo más esencial que el ser humano afligido -cualquier ser humano- necesita: una entrañable atención personal. Quien quiere desentenderse del amor, se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre.

En nuestro tiempo, un positivo efecto colateral de la globalización se manifiesta en el hecho de que la solicitud por el prójimo, superando los confines de las comunidades nacionales, tiende a prolongar sus horizontes al mundo entero. Las estructuras del Estado y las asociaciones humanitarias desarrollan de distintos modos la solidaridad expresada por la sociedad civil: de esta manera, se han formado múltiples organizaciones con objetivos caritativos y filantrópicos. Además, en la Iglesia católica y en otras comunidades eclesiales han surgido nuevas formas de actividad caritativa. Es deseable que se establezca entre todas estas instancias una colaboración fructífera. Naturalmente, es importante que la actividad caritativa de la Iglesia no pierda la propia identidad, disolviéndose en la organización común asistencial, convirtiéndose en una simple variante, sino que mantenga todo el esplendor de la existencia de la caridad cristiana y eclesial.
Por tanto:

- La actividad caritativa cristiana, además de fundarse en la competencia profesional, lo debe hacer sobre la experiencia de un encuentro personal con Cristo, cuyo amor ha tocado el corazón del creyente, suscitando en él el amor por el prójimo.

- La actividad caritativa cristiana debe ser independiente de los partidos e ideologías. El programa del cristiano -el programa del Buen Samaritano, el programa de Jesús- es "un corazón que ve". Este corazón ve donde hay necesidad de amor y actúa en modo consecuente:

- Además, la actividad caritativa cristiana no debe ser un medio en función de lo que hoy se califica como proselitismo. El amor es gratuito; no se ejercita para alcanzar otros fines. Pero esto no significa que la acción caritativa deba, por decir así, dejar de lado a Dios y a Cristo. El cristiano sabe cuándo debe hablar de Dios y cuándo es justo no hacerlo y dejar hablar solamente al amor. El himno a la caridad de San Pablo (1 Cor 13) debe ser la Carta Magna de todo el servicio eclesial, para protegerlo del riesgo de caer en el puro activismo.

En este contexto, frente al peligro del secularismo que puede condicionar a muchos cristianos comprometidos en la labor caritativa, es necesario reafirmar la importancia de la oración. El contacto vivo con Cristo evita que la experiencia de las enormes necesidades y de los propios límites arrastren a una ideología que pretende hacer ahora aquello que, aparentemente, Dios no consigue hacer, o caer en la tentación de ceder a la inercia y a la resignación. Quien reza no desaprovecha el tiempo, a pesar de que las circunstancias le empujen únicamente a la acción, ni pretende cambiar o corregir los planes de Dios, sino que busca -siguiendo el ejemplo de María y de los santos- obtener de Dios la luz y la fuerza del amor que vence toda oscuridad y egoísmo presentes en el mundo.


Texto Encíclica "Dios es amor", de S.S. Benedicto XVI

Fuente: Vatican Information Service - Prensa CECh
Vaticano, 25 de Enero, 2006

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